Algunos clientes fuman y conversan en la noche mientras beben su café con leche en tasas de porcelana. Otros prefieren jadear, babear y lamer el suelo, pero todos son valiosos comensales en el Bow-Wow Deli de la Ciudad de México.
El pequeño café en una esquina de un barrio de moda atiende con amor a los perros, aunque la gente también es bienvenida.
Inspirado en establecimientos similares en Japón, el café podría ser la señal más segura hasta el momento de que este país en desarrollo, de más de 100 millones de personas —e incontables perros—, tiene su mirada fija en el primer mundo.
Entre la minimalista y sofisticada decoración se venden collares para perros tejidos a mano de 100 dólares, importados de Alemania, y correas de pedrería.
El menú, que ofrece café gurmet y té verde, incluye también bizcochos de hígado de avestruz y pasteles con glaseado de puré de papas para los delicados paladares caninos.
Algunos clientes son de rancio pedigrí; otros tienen linajes más oscuros, aunque no menos nobles. Pero las reglas aplican para todos: sin correa no hay servicio, y las peleas y los ladridos excesivos están prohibidos.
La dueña del local es Miki Nakai, una amante de los perros de 36 años oriunda de Japón, quien se casó con un chef mexicano al que conoció estudiando inglés en Nueva York, y con quien vino al país hace seis años.
Su esposo, aclaró, “es un chef para humanos.”
La pareja adoptó a un galgo africano abandonado y de estómago delicado, para el cual Nakai comenzó a cocinar porque tenía problemas para digerir la comida para perros comercial.
Ella investigó sobre nutrición canina en internet y compró libros sobre el tema. “Es igual a cuando tienes tu primer bebé. Te vuelves muy sensitivo hacia la comida,” dijo.
En su cumpleaños, ella le horneó un pastel y fue entonces cuando comenzó también a hornear para perros de amigos. Pronto Nakai los estaba vendiendo por orden.
En su preparación usa harina, huevos e hígado puro, y nada de conservantes, polvo de hornear, leche, azúcar o chocolate, que pueden ser difíciles de digerir para los perros.
Nakai, sin embargo, entiende que su tienda tiene un tufillo a decadencia primermundista, con bolsas de bizcochos para perro que cuestan unos cinco dólares, un poco más que el salario mínimo legal por un día de trabajo en la Ciudad de México.
“Algunas veces me siento muy culpable. En México hay gente que no tiene para comer,” dijo. “Pero al mismo tiempo hay gente como yo que no es rica, pero quieren hacer algo especial para su perrito, incluso si es sólo un día al año”, agregó.
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