Emilio Baqué repasa en un libro la historia, las costumbres, las leyendas y la economía de un producto unido indisolublemente a su propio apellido
El durangués Emilio Baqué se complace en repetir lo que alguien dijo de él en una ocasión, que tiene cafeína en la sangre. «Si a eso le añades el pulso de la pasión », deja la frase en suspenso y en lugar de continuar mira el libro que recientemente ha publicado: 'El cafecedario'. Sus páginas proporcionan, de
'El cafecedario' está plagado de dromedarios, símbolo del grupo cántabro al que pertenece Baqué desde 1998 tras su salida de la tostadora duranguesa fundada por su familia en la villa, pero también de referencias literarias y, sobre todo, de un sinfín de detalles relacionados con la historia, la cultura y la economía del café. La estructura del libro surgió en un viaje a Italia, pero su contenido se ha ido fraguando con los años, en escritos hilvanados en diferentes lugares. «Muchas de las notas de este libro están salpicadas con gotas de café», asegura. No podía ser de otra manera. El autor comienza con la 'A' de Arabia en un cuento que habla de la transmisión de una forma de vida y de sentir la vida de padre a hijo, quizá un reflejo de su propia historia. Dedica el libro a su padre, Chechu Baqué: «Por él nací en este mundo hace muchos años ya y por él nací en el café hace unos cuantos años menos», escribe.
Amante declarado del 'espresso', en su capítulo 'E' Baqué da todo tipo de instrucciones para que su preparación no arruine una buena taza: La máquina ha de estar a nueve bares de presión, 90 grados de temperatura, la cazoleta debe contener una dosis de
«Cafeconlecheros»
Del consumo de café torrefacto -tostado con un 15% de azúcar-, consecuencia del 'café para todos' llevado a cabo por los funcionarios que compraban grandes cantidades de grano de baja calidad durante la dictadura, «se salva Euskadi, porque aquí está muy extendido el consumo de café natural». Ésa es la razón por la que, según el autor de 'El Cafecedario', «la gente nota el cambio cuando pide un café en otro lugar».
Defensor de la necesidad de «probar y mezclar hasta dar con el café que a uno verdaderamente le gusta», Emilio Baqué también derriba tópicos y asegura que «no somos grandes consumidores de café, somos más bien cafeconlecheros». Por lo visto, lo habitual en España es tomar el café en bares y restaurantes, y el consumo no llega a cuatro kilos de café verde por persona frente a los 11,3 kilos -la mayoría en infusión- que consume un finlandés en ese tiempo.
Son éstas cifras sin adornos. El libro habla de la especulación en las bolsas, el duro trabajo de los recolectores del café de altura, pero está impregnado del «romanticismo» de la llegada del café a América, la transformación química o mágica del café en el tueste, los históricos puertos a través de los que Europa conoció la aromática bebida. Todo ello se va revelando a lo largo de estas páginas. Así ocurre con la historia de los cafés como «punto de encuentro» y lugar en el que se ha hecho historia: «El Athletic de Bilbao nació en un café y
Para alguien que asegura haberse criado entre sacos de café, no es extraño que aún relacione el juego con este producto y Baqué gusta de mezclar la ironía en sus textos. Así concluye un capítulo: «¿Cuánto pagaron los panaderos por ver incluida en el Padrenuestro la frase 'danos hoy nuestro pan de cada día'? ¿Hay algún contrato firmado? ¿Podemos impugnarlo? ¿Algún cafetero tiene enchufe en
El Correo Digital
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