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El sexo del café

Va una pareja a una cafetería y da igual lo que se pida cada uno de ellos. Aunque lo hayan indicado a la inversa, el café siempre será para ella y la cerveza para él. Iré más lejos. Va esa misma pareja a la misma cafetería y los dos se piden un café, pero el solo se lo pondrán a él y el cortado a ella al margen de lo que ambos hayan solicitado. Iré más lejos aún. Si uno de los dos pide el café cortado y el otro lo pide con leche el camarero le pondrá a ella el café con leche y el cortado a él. No lo dudará, no, o -mejor dicho- si se cierne sobre él alguna mínima y remota y turbadora duda la resolverá, inmediata, rauda, automáticamente, de esa ¿sutil? manera, obedeciendo a esa misteriosa ley no escrita que dicta que 'la cafeína es cosa de hombres' y 'la leche cosa de tías'. Iré todavía mucho más lejos. Si se piden dichos cafés él con sacarina y ella con azúcar ya pueden ir resignándose a tener que hacer intercambio de sobrecitos porque también hay una secreta e infalible ley que dicta que 'el azúcar con los chicos y la sacarina con las chicas'.

En nuestra sociedad tiene sexo el café y también la leche. La leche es femenina, de lo cual hay que deducir necesaria e imperiosamente que los mililitros lácteos que distan entre un solo y un puto cortadito corresponden de modo directamente proporcional a la exacta distancia hormonal que existe entre el metabolismo de los machos humanos y de las hembras. La leche, la buena o la mala leche, es un asunto del gineceo, como los sucedáneos edulcorantes y el azúcar moreno. Porque ésa es otra posibilidad que de forma imperdonable se me olvidaba contemplar. Si el camarero tiene que elegir a cuál de ambos ha de servirle el azúcar blanco y el moreno tampoco le temblará un segundo el pulso al decidir que el primero es para el hombre y el segundo para la mujer según un mágico criterio que pretende tener que ver más con las categorías de lo fuerte y de lo débil, lo 'heavy' y lo 'light', que con lo natural o lo artificial. Digo mágico porque ese hostelero está haciendo literatura fantástica, está sexualizando la comida y la bebida.

No le culpo a él de sus íntimas relaciones sexuales con la cafetera del local en el que se gana el pan (el pan se lo pone por cierto a las mujeres si es integral o sin sal o sin gluten o sin miga). Son normas tácitas que no dependen de un bar ni de un restaurante concretos ni de un camarero al que se la ha ido la olla o se le ha cambiado de sexo. Éste sólo somatiza la realidad o irrealidad de una sociedad chalada. Aquí ya no se trata de un caso de violencia sino de 'videncia de género', de don metafórico. ¿Por qué retorcida lógica alguien llega a la conclusión de que el batido de chocolate es para el tío y el de fresa para la tía antes de darle a él las vueltas cuando ha pagado ella?

El correo digital

1 comentario:

Anónimo dijo...

Entiendo que todas estas situaciones se producen por la falta de concentración y profesionalidad en el trabajo.
A cada cliente se le sirve lo que ha pedido y si hay dudas el profesional debe preguntar.